Ahora mismo hay un iceberg del tamaño de la provincia de Álava surcando los océanos: un souvenir de la Antártida.

Más alto que el Empire State, un peso de 980.000 millones de toneladas y el tamaño de la provincia de Álava

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Javier Jiménez

Ahora mismo, mientras escribo esto, hay un iceberg del tamaño de la provincia de Álava girando en el océano. De hecho, no es un iceberg cualquiera, más alto que el Empire State y con un volumen de unos 1.100 kilómetros cúbicos, hablamos de la masa flotante de hielo más grande jamás conocida.

Pues bien, está suelta en el océano y las próximas semanas definirán su futuro (y su trayectoria hacia el norte).

Un viejo conocido… En sentido estricto, el A23a no puede considerarse una novedad. Esta masa de hielo se desprendió de la costa antártica en 1986, lo que ocurre es que casi inmediatamente encalló en el mar de Wendell. Y ahí estuvo sin moverse durante más de 30 años. Hasta que, a mediados de 2020, el iceberg se liberó del lecho marino y ahí sí que sí saltaron las alarmas.

Con forme avanza hacia el norte (ahora mismo está a medio camino entre la península Antártica y el territorio de ultramar de georgia del Sur), el A23a gana velocidad y pierde masa. El problema es que ahí hay mucha masa: 980.000 millones de toneladas de hielo, según los últimos cálculos.

…bailando en mitad del océano. El plan era sencillo, A23a superaría la península Antártica y se adentraría en el mar Austral donde quedaría a merced de la corriente circumpolar antártica. Ahí había varios escenarios, pero el más probable era que tomara la conocida «avenida de los icebergs», la ruta que suele llevar a las masas de hielo hacia el norte pasando cerca de Georgia del Sur.

Sin embargo, a principios de año se tomó un respiro y empezó a girar sobre sí mismo. Acaba de completar la pirueta y, aunque está muy cerca de la corriente circumpolar, parece que está decidido a aguantar ahí parado todo lo que sea posible.

¿Qué significa esto? Probablemente nada. Más allá de la espectacularidad de ver cómo baila ese gigantesco cubito de hielo, la única consecuencia positiva es que quizás los miembros de la expedición antártica BIOPOLE, de la British Antarctic Survey, puedan tener más tiempo para estudiarlo.

El resto sigue igual. Y es que el previsible viaje de A23a hacia el norte sigue teniendo las mismas consecuencias (positivas y negativas) que sabíamos que tendría desde prácticamente 1986. En el lado negativo, está que su paso cerca de la isla de San Pedro podría dañar los ecosistemas isleños (especialmente a los pingüinos que tanto ha costado preservar).

En el lado positivo, como señalaba Laura Taylor, miembro de BIOPOLE, se sabe que «estos icebergs gigantes provén nutrientes a las aguas por las que pasan, creando ecosistemas florecientes en áreas por lo demás poco productivas».

Un trágico souvenir de la Antártida. Sobre todo, por la situación que viene arrastrando en último par de años. Aunque creíamos que el continente helado se estaba librando de lo peor de del cambio climático, la situación ha dado un giro radical.

En 2022, la extensión de hielo marino tocó el mínimo en febrero para después mantenerse en niveles bajos, pero no muy alejados de la media histórica. Sin embargo, 2023 fue catastrófico. para mediados de julio, la extensión de hielo en la Antártida se encontraba más de 2.6 millones de kilómetros cuadrados por debajo del promedio de 1981 a 2010. Es decir, se había perdido el equivalente a toda la república de Argentina.

Son malas noticias. Porque, aunque el hielo marino apenas tiene ningún efecto en el aumento del nivel del mar, su pérdida retroalimenta el calentamiento de la Tierra: sin hielo capaz de capaz de reflejar la radiación del sol, el planeta acumula más y más calor. Algo que hace que se derrita más hielo aún.

No deja de ser escabroso que el heraldo del fin del mundo tal y como lo conocemos dedique sus días a bailar en el océano Antártico.

Imagen | ESA

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