La NASA se ha equivocado: el Curiosity no lleva ocho años estudiando el lecho de un antiguo lago

Un estudio asegura que el suelo sobre el que se desplaza el rover está compuesto de sedimentos y limo depositados por el viento

Por: Patricia Biosca

Foto: Estas imágenes muestran el cráter Gale en imágenes de cámara estéreo de alta resolución, con la elevación coloreada en azul. La imagen de la izquierda muestra el modelo estándar donde generalmente se supone que el cráter Gale fue un gran lago. La imagen de la derecha es el modelo propuesto por Liu et al., En el que solo existían lagos muy pequeños y poco profundos en el suelo del cráter Gale. Una estrella marca el lugar de aterrizaje del rover – ESA / HRSC / DLR

Las misiones espaciales se preparan, de media, con una década de antelación: primero se diseñan ‘sobre papel’, para después desarrollar la tecnología y, finalmente, ser lanzadas a sus destinos para hacer ciencia. Y, aunque normalmente su trabajo de campo suela tener una duración determinada, esta se suele ampliar durante algunos años más. Un claro ejemplo es Curiosity: la NASA aprobó la misión en 2006 y, tras una serie de retrasos, llegó a Marte en 2012. A pesar de tener una vida útil de 23 meses, lleva sobre el Planeta Rojo nueve años. Y sumando. Uno de sus primeros hallazgos fue una supuesta corriente seca por donde antaño fluyó el agua, confirmando que, efectivamente, el cráter Gale, donde había aterrizado, era el lecho de un lago antiguo. Ahora, un nuevo estudio contradice esta teoría y afirma que durante los últimos ocho años Curiosity solo ha estado analizando limo y sedimentos depositados por el viento marciano. Las conclusiones se acaban de publicar en la revista ‘ Science Advances’.

Según la teoría dominante, el cráter Gale era un antiguo lago que tuvo agua hace más de 3.000 millones de años. En base a esto, Curiosity lleva realizando análisis geológicos de la zona durante más de 3.190 soles (o días marcianos, que equivalen a 3.278 días terrestres). Sin embargo, investigadores del Departamento de Ciencias de la Tierra, la Facultad de Ciencias de la Universidad de Hong Kong (HKU), han propuesto que los sedimentos medidos por el rover durante la mayor parte de la misión en realidad no se formaron en un lago, sino que el gran montículo de rocas que el rover lleva explorando todo este tiempo en realidad es arena y limo depositados tras la caída de aire de la atmósfera y reubicados por el viento.

No era un lago, sino un desierto

«Demostramos que algunos patrones químicos muy importantes en las rocas no se pueden explicar en el contexto del entorno de un lago», afirma Joe Michalski, uno de los autores del equipo, liderado por los investigadores chinos Jiacheng Liu y Mei Fu Zhou. «El punto clave es que algunos elementos son móviles, o fáciles de disolver en agua; y otros elementos son inmóviles, es decir, permanecen en las rocas. Que un elemento sea móvil o inmóvil depende no solo del tipo de elemento, sino también en las propiedades del fluido. ¿El fluido era ácido, salino, oxidante, etc.? Los resultados de Jiacheng muestran que los elementos inmóviles están correlacionados entre sí y fuertemente enriquecidos en elevaciones más altas en el perfil de la roca que se ve en el suelo marciano. Además, muestra que el hierro se agota a medida que aumenta la meteorización, lo que significa que la atmósfera en ese momento se estaba reduciendo en el antiguo Marte».

Lo que proponen los autores es que en la zona solo existían unos lagos muy pequeños y poco profundos y la mayoría de los sedimentos llegaron allí transportados por el viento. Es decir, que los minerales analizados que, realmente sí que están formados por la interacción entre el agua y la arena, en realidad no ocurrieron en un antiguo lago, sino en algo más parecido a lo que vemos, un desierto. Así, la arena se habría alterado por la ‘lluvia’ de una atmósfera antigua, muy diferente a la actual, que habría propiciado el ambiente ‘húmedo’, no las aguas de un lago extinto. Algo parecido a lo que ocurre en los desiertos terrestres, cuando el agua del ambiente se evapora en el día y vuelve al suelo de noche, transformado en escarcha. De hecho, recientes estudios han encontrado pruebas de que un proceso similar se da en la actualidad sobre la superficie de nuestra Luna, creando ‘zonas frías’ en las que se puede almacenar el agua.

Las incógnitas de Marte

Aunque la tecnología humana lleva dos décadas sobre los suelos de Marte, el Planeta Rojo aún nos tiene reservadas muchas preguntas. Es una incógnita si la vida afloró alguna vez en nuestro vecino –de hecho, dar respuesta a esta pregunta es el principal cometido del Perseverance, el rover sucesor del Curiosity– y, además, puede darnos las claves de qué ocurrió aquí, en la Tierra, al principio de los tiempos. Y no solo la NASA se encuentra sobre el terreno marciano: el rover chino Zhurong está recorriendo las llanuras de Utopia Planitia en busca de pistas mineralógicas y químicas de un posible cambio climático reciente. Y la idea de ambas agencias espaciales es traer muestras a la Tierra a corto y medio plazo.

“Obviamente, estudiar Marte es extremadamente difícil, y es necesaria la integración de metodologías creativas y tecnológicamente avanzadas”, afirma Ryan McKenzie, otro de los autores. «Liu y su equipo han realizado interesantes observaciones mediante la utilización de técnicas de teledetección para comprender la composición química de los sedimentos antiguos. Sus datos presentan desafíos a las hipótesis existentes tanto para el entorno de depósito de estas formaciones como para las condiciones atmosféricas en las que se formaron. Este trabajo inspirará nuevas y emocionantes direcciones en investigaciones futuras».

VÍA: ABC

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