Por: José Linares Gallo
Fuente: Diario expreso 30 Nov 2025.
Durante décadas, el Perú logró crecer, reducir pobreza monetaria y atraer inversión. Sin embargo, esa prosperidad nunca se tradujo en un aumento sostenido de la productividad ni en un bienestar generalizado. El país llegó a una paradoja: más riqueza agregada, pero sin avances proporcionales en la eficiencia del trabajo ni en la calidad de vida. La razón es estructural: la productividad peruana está partida en dos. Un sector moderno y tecnificado —encabezado por la minería— convive con amplios espacios informales y precarios. Al centro de esa brecha está un mismo origen: la educación y la salud de la población.
El crecimiento económico de los últimos 25 años dependió principalmente de los altos precios de los minerales. Pero la eficiencia con que deberíamos combinar capital y trabajo nunca despegó. El resultado es un país donde la productividad del trabajador minero puede ser 40 o 90 veces mayor que la de un trabajador de agricultura o comercio, una brecha que no se reduce y evidencia una estructura productiva partida en dos: sectores modernos que operan con tecnología de punta y vastas actividades de subsistencia que no pueden conectarse a ese mundo.
La raíz de esta diferencia es educativa. El Perú ha formado generaciones enteras con un sistema centrado en la repetición y el aprendizaje pasivo. Esta pedagogía no desarrolla capacidades de análisis, resolución de problemas, creatividad ni trabajo colaborativo. Es un modelo que prepara para un mundo que ya no existe.
Existen cientos de miles de puestos técnicos sin cubrir, especialmente en sectores que requieren mecatrónica, automatización o habilidades digitales. Sin embargo, el sistema educativo sigue produciendo perfiles que no encajan en esas necesidades. En carreras STEM, una proporción significativa de egresados termina trabajando en ocupaciones ajenas a su formación, lo que refleja una desconexión profunda entre universidad, instituto y empresa.
A esto se suma un déficit crítico que las empresas identifican desde hace años: la falta de habilidades socioemocionales. En un entorno donde la automatización avanza, lo que realmente diferencia al trabajador de las máquinas es su capacidad para enfrentar problemas complejos, pensar críticamente, colaborar y crear soluciones. Sin estas competencias transversales, la productividad no puede despegar.
Por eso adquieren tanta relevancia los modelos basados en aprendizaje activo, trabajo en equipo, práctica tecnodigital y construcción de soluciones reales. Metodologías de este tipo —incluidas las de enfoque construccionista, que integran valores, creatividad y tecnología, antesala del desarrollo de la IA— muestran que es posible fortalecer habilidades duras y blandas al mismo tiempo, y preparar a los jóvenes para un mundo donde la adaptación permanente es la norma.
El otro origen estructural está en la salud. La anemia infantil afecta la atención, la memoria y la capacidad de aprendizaje desde los primeros años. Esa desventaja biológica se traduce, años después, en menor productividad laboral, menores salarios y menor potencial de innovación. El país pierde alrededor de 0.7% del PBI cada año por la anemia, una cifra que demuestra cómo la falta de servicios básicos y nutrición tiene efectos económicos masivos y persistentes.
Esta raíz educativa y sanitaria también explica por qué algunas regiones avanzan y otras se estancan. Las regiones con mejor infraestructura, mayor acceso a educación técnica y presencia de sectores modernos muestran mayor competitividad. En cambio, territorios sin agua potable, sin conectividad digital y sin instituciones sólidas quedan atrapados en actividades de subsistencia, sin posibilidad de integrarse al país moderno.
Además, la regulación laboral y tributaria ha generado un entorno donde la mayoría de empresas se queda artificialmente pequeña para evitar saltos de costos. Esta “trampa del enanismo empresarial” reduce la escala, impide inversiones y frena la adopción de tecnología. A ello se suma la informalidad —que supera el 70%—, que bloquea cualquier posibilidad de elevar la productividad agregada: empresas sin tecnología, sin financiamiento y sin gestión profesional no pueden competir ni crecer.
Romper este círculo requiere políticas de Estado sostenidas y enfocadas en la raíz del problema: tratar la anemia como emergencia nacional; transformar el modelo educativo de memorístico a construccionista; impulsar habilidades socioemocionales y tecnodigitales desde la escuela; simplificar regímenes tributarios y laborales para permitir que las empresas crezcan; y expandir conectividad digital, agua, saneamiento y servicios básicos.
La productividad no mejora por decreto ni por inercia económica. Empieza en la salud de los niños, sigue en la calidad del aprendizaje y culmina en la posibilidad de que cada persona despliegue su talento en un entorno que premie el esfuerzo y la innovación. Mientras el Perú no atienda esas bases, seguirá creciendo sin desarrollarse.

