El filósofo chino nos enseñó hace más de 2500 años, con su palabra y ejemplo, que la base de todo buen liderazgo es la virtud: guiar con el ejemplo, servir con compasión y actuar con coherencia.
Imagen de WhatsApp 2025 07 24 a las 21 09 48 cafeef32
Por: Celia Pérez León
Confucio
El verdadero liderazgo no mana de la autoridad, sino del ejemplo y la coherencia interior.
Celebrities, influencers, políticos, CEOs, visionarios… El mundo está lleno de personas que presumen de liderazgo, pero que carecen de lo que Confucio, hace más de 2500 años, consideró esencial para cualquier líder. En el siglo XXI vemos mucha fachada, pero poca coherencia interior.
Y no deberíamos confundir la visibilidad con la autoridad verdadera, porque el liderazgo que perdura no es el que se impone, sino el que inspira. Expertas como la psicóloga Brené Brown ya advierten que las nuevas generaciones no se dejarán intimidar por el miedo, una técnica muy usada por los jefes de antaño.
Hace más de 2500 años, en la China fracturada del periodo Zhou, Confucio lo vio muy claro. El poder era secundario frente a la virtud. Él mismo llegó a renunciar a un cargo público tras verse rodeado de personas con malas intenciones, al saber que no podría ejercerlo con dignidad y virtud.
Porque para Confucio, un verdadero líder no gobierna como si fuera el dueño de todo, sino que guía desde los valores con los que vive cada día. Un verdadero líder impulsa a los demás, no a sí mismo: «si quieres estar en pie, ayuda a que otros se levanten; si quieres prosperar, ayuda a otros a prosperar», decía Confucio. Hoy, sus enseñanzas siguen siendo tan vigentes como en su momento. Porque el líder que imaginó Confucio debería ser el líder del futuro.
Liderar con el ejemplo
Necesitamos buenos líderes, personas con una gran humanidad, coherencia interior y virtud que nos conduzcan hacia un futuro prometedor. Y para conseguirlo debemos cambiar el lugar desde el que consideramos que nace el liderazgo.
Para Confucio, la autoridad del líder surge de la coherencia entre sus actos y sus palabras. “Un hombre de virtuosas palabras no es siempre un hombre virtuoso”, dice una de las citas más famosas que se le atribuye. En Las Analectas, el pensador chino rescata una idea similar. Si un hombre puede conducir su vida de manera recta, las tareas del gobierno no deberían ser un problema para él. Pero si no es capaz de conducir su propia vida con rectitud, ¿cómo puede conducir realmente a los demás?
Y la misma cantinela se aplica no solo a los líderes de países o comunidades, también a quienes lideran empresas, grupos y hasta familias. Antes de aprender a guiar a otros, el líder debe cultivar su propio carácter. Porque el ejemplo que damos, las decisiones que tomamos cuando nadie nos ve, los pequeños esfuerzos diarios, son el verdadero capital moral que construye la autoridad.
Coherencia ética
Para Confucio no solo era evidente que un líder debía predicar con el ejemplo, sino que además tenía claro cuál era el ejemplo que debía predicar. Uno de rectitud, de ética, de moral. Los valores deben formar parte de la vida de cualquier líder, tanto como respirar, levantarse cada mañana o comer. Y si el contexto lo impone, es mejor renunciar antes que traicionarse, como él mismo tuvo que hacer.
La coherencia ética, el ser el mismo en privado que en público, es un desafío constante, en especial en una era como la nuestra, en la que la fama se construye con máscaras. Sin embargo, siguiendo con el pensamiento de Confucio, cabe imaginar que quienes deciden vivir con autenticidad, quienes lideran con integridad, consiguen una confianza mayor en sus seguidores.
Mirando al presente quizá sea ejemplo de ello la sueca Greta Thunberg. Con su inquebrantable voluntad, ha inspirado a miles de personas en causas sociales y medioambientales. Y es su capacidad de mantenerse siempre recta, sin salirse del camino, peleando incluso cuando está en juego su integridad física, lo que hace que tantas personas la admiren. Ese tipo de liderazgo no puede construirse si no es con ética y coherencia.
El equilibrio
Para acabar, Confucio, hace más de 2500 años, ya se imponía a esa imagen del líder autoritario, enfadado y serio que infunde miedo en sus empleados o ciudadanos. El miedo no es buen compañero de nadie, y desde luego no es un buen estandarte del poder.
“Nadie te detestará si eres riguroso contigo y suave cuando corrijas a los otros”, dice otra de las máximas que se atribuyen al filósofo. “Exígete mucho más a ti mismo y espera poco de los demás, así te ahorrarás disgustos”, añade otra. La idea tras sus palabras es sencilla. Debemos exigirnos primero a nosotros, y evitar proyectar nuestras frustraciones en otros.
Y es que, como líderes, y como personas, jamás deberíamos atrevernos a exigir al otro algo que no estemos dispuestos a exigirnos a nosotros mismos. Este equilibrio nos lleva inevitablemente a adquirir otra habilidad clave en el líder, que es la empatía.
Entender al otro nos permitirá no solo sacar lo mejor de las personas del equipo, sino también respetar los límites y guiar con asertividad. Porque el verdadero líder jamás debe imponer con el miedo, debe inspirar con su rectitud.

