Bienvenidos a la muerte de la universidad
Bienvenidos a la muerte de la universidad Generada con IA
Por: Carolina González Valenzuela
Para este experto, si pensar se convierte en algo que hace una IA por nosotros, la universidad corre el riesgo de convertirse en un trámite administrativo.
Durante años se pensó que la inteligencia artificial sería solo una ayuda más para estudiar, como en su día lo fue y lo sigue siendo Google. Sin embargo, cada vez más estudiantes usan IA para hacer trabajos, responder exámenes y preparar presentaciones. Y cada vez más profesores usan también IA para corregir y evaluar.
Esto es algo que Ronald Purser, académico y escritor estadounidense, acaba de analizar en un artículo totalmente reflexivo sobre esta grave situación. «Los estudiantes usan IA para escribir trabajos, los profesores usan IA para calificarlos. Bienvenidos a la muerte de la educación superior».
Tal y como explica, hasta hace bien poco, el gran miedo de los profesores era el plagio. Ahora es que nadie sepa realmente quién está detrás de los textos, de las ideas o de los exámenes. Muchos docentes reconocen que ya no pueden diferenciar con seguridad si un trabajo lo ha hecho una persona o una máquina. Y eso está provocando que hasta ellos mismos se alíen con el enemigo.
«Casi de la noche a la mañana, la angustia se convirtió en frotarse las manos. Los mismos profesores que pronosticaban el desastre académico ahora se renovaban con entusiasmo como ‘educadores preparados para la IA'», comenta el escritor.
Estudiantes y profesores usan la IA cada día, pero sin decirlo en alto
Teniendo como base la firma de contratos millonarios para que herramientas con IA lleguen a las universidades y escuelas, personas como Purser no ven esto un acto de modernizarse.
Para él, es una forma de externalizar la educación, de dejar en manos de grandes empresas privadas algo que siempre había sido un trabajo humano: enseñar, corregir, debatir, pensar juntos. La universidad, dice, empieza a parecer una fábrica de títulos donde lo importante ya no es aprender, sino tener resultados rápidos.
«Esto no es innovación, es autocanibalismo institucional», comenta. «A los estudiantes no se les enseña a pensar con mayor profundidad, sino a estimular con mayor eficacia. Estamos exportando la labor misma de enseñar y aprender: el lento trabajo de lidiar con las ideas, la superación de la incomodidad, la duda y la confusión, la lucha por encontrar la propia voz», añade.
El problema de todo esto, tal y como matiza, es que cada vez hay más estudios que muestran que cuando una persona delega todo el tiempo el esfuerzo mental en una máquina, su capacidad de pensar, recordar y razonar se hunde. Es cómodo, es rápido, pero también es peligroso a largo plazo.
Esto es algo que Purser nota en muchas aulas. Trabajos perfectamente redactados, sin fallos de ortografía, pero vacíos de ideas propias. Exámenes con respuestas impecables, pero sin reflexión. Profesores que sospechan, pero no pueden demostrar nada. Y estudiantes que sienten que, si no usan IA, parten en desventaja frente a quienes sí la usan.
«El escándalo no es de ignorancia, sino de indiferencia. Los administradores universitarios comprenden perfectamente lo que está sucediendo y siguen adelante de todos modos. Mientras las cifras de matrícula se mantengan y los pagos de matrícula estén al día, hacen la vista gorda ante la crisis del aprendizaje», comenta.
«El futuro de la educación ya ha llegado, como una liquidación de todo lo que una vez la hizo importante».
Lo más curioso, insiste, es que incluso algunas universidades han empezado a permitir sin problema aluno el uso de IA en trabajos y exámenes. De forma simple, si todos la usan, mejor regularla que prohibirla. Pero esta decisión es peligrosa.
El resultado es una especie de juego. El alumno usa IA para escribir. El profesor usa IA para corregir. Ambos saben que el otro lo hace. Y, sin embargo, todo sigue funcionando como si nada pasara. Las notas se ponen, los cursos sigue de forma normal y los títulos se entregan.
Lo peor es que algunos estudiantes reconocen sin tapujos que usan inteligencia artificial para casi todo. Redacciones, ejercicios, resúmenes, trabajos finales. No siempre por pereza o comodidad, sino por presión. Becas, notas, visados, expectativas familiares.
«La educación se ha vuelto transaccional; hacer trampa se ha convertido en una estrategia de supervivencia», explica el escritor. Toda esta simulación recuerda un viejo chiste soviético de fábrica: ‘Simulan que nos pagan, y nosotros simulamos que trabajamos'», añade.
«Lo que se presenta como innovación es simplemente otra forma de dependencia: la educación reducida a una franquicia de un imperio tecnológico global», sentencia.

